Una sociedad no puede considerarse madura hasta que no afronta y aprende de su pasado, ya que la memoria es la clave para construir un futuro más justo y consciente.
A lo largo de mi carrera profesional, he trabajado en diversos proyectos con la vocación de reparar y hacer resurgir hechos traumáticos que han marcado a una colectividad y, por ende, a la sociedad en su conjunto. Este proyecto pone sobre la mesa un pasado no tan lejano.
El tráfico de esclavos, un negocio muy lucrativo en la Cataluña y España del siglo XIX, fue una tragedia humana que perduró hasta su abolición. Este comercio enriqueció a una élite de la época y tuvo un impacto en la economía local: teatros, edificios e infraestructuras públicas se beneficiaron del comercio de materias primas provenientes de Cuba y otros países de América.
La puesta en escena de esta exposición es una invitación a viajar a través de la historia y redescubrir el trayecto de las personas esclavizadas. Con el objetivo de potenciar el impacto del relato mediante una estructura dramática, he diseñado los espacios como una metáfora que nos ayuda a entender el funcionamiento de la sociedad de aquel momento.
El recorrido por la exposición comienza cuando el visitante se encuentra con la parte posterior de un decorado teatral, donde un telón de acero oculta la platea. La función se inicia al atravesar la pequeña puerta que conduce al corazón de la platea de un teatro que evoca el hemiciclo del Liceu de Barcelona, ese espacio común donde se reunía la burguesía de la época. Esta metáfora del “teatro del diecinueve” permite comprender cómo la vida se desarrollaba en distintos niveles, donde una sociedad aparentemente bienpensante actuaba según intereses económicos que, en este contexto, vulneraban los derechos humanos.
La intención al diseñar esta platea no ha sido crear un espacio cálido y acogedor, sino transmitir una sensación incómoda. Una única lámpara de gas de sodio inunda todo el espacio con una luz impertinente, mientras que en las paredes se exhibe un memorial dedicado a algunos de los personajes ilustres responsables del tráfico de personas. Al dirigir la vista hacia el escenario, descubrimos que la función representada es la Exposición Universal de 1888, símbolo de la bonanza económica alcanzada gracias al lucrativo negocio del tráfico de esclavos.
Este gran teatro de la vida y la hipocresía nos conduce hacia otro espacio. Atravesando la puerta de la platea, accedemos al segundo acto, donde se revela el trágico proceso de caza, captura y deportación de las personas del continente africano destinadas a la esclavitud. Se muestran las terribles condiciones de su viaje hacia América, el lugar donde acabaron sus vidas, así como el duro trabajo en los Ingenios, auténticos campos de concentración y trabajo forzado donde se procesaban la caña de azúcar, el café y el algodón para engrosar las arcas de los negocios de ultramar.
Este espacio transmite claustrofobia. Unas rejas, retiradas para exhibir una maqueta del ingenio "Flor de Cuba", muestran el destino final de las personas esclavizadas que murieron en estas fábricas.
La abolición de la esclavitud se resuelve con una instalación en un tercer acto: una caja escénica de espejos iluminada por una luz cenital blanca que resalta los restos de estas rejas. El reflejo perimetral crea la ilusión de estar inmersos en un océano de libertad y cadenas rotas, sugiriendo un camino de retorno.
La cineasta Sally Fenaux nos planta un gran muro al final del recorrido –que ya intuimos al atravesar el telón de acero del inicio– y, con una pieza audiovisual, nos invita a reflexionar sobre el racismo que ha perdurado, oscuro legado de esta infamia.
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Institución impulsora: Museu Marítim de Barcelona
© Fotografías: Pepo Segura